Reivindicamos una Justicia Climática para salir de las crisis de salud, laboral y medioambiental.
Cambio sin precedentes
La pandemia de la Covid-19 ha hecho tambalear los cimientos de nuestro sistema. Se han evidenciado las debilidades y contradicciones de una economía depredadora que se encuentra al límite del colapso; de un sistema neoliberal que precariza los servicios públicos y crea grandes desigualdades; de una globalización que se sostiene sobre la explotación del territorio y las personas, y que globaliza también la catástrofe, en forma de pandemia, de cambio climático o de inestabilidad económica. El virus no es causa, sino consecuencia de una crisis sistémica profunda, y supone un cambio de contexto que apenas empezamos a comprender.
Emergencia climática
La emergencia climática ya era una expresión de esta crisis sistémica. El desastre se advertía desde hace décadas en los numerosos informes científicos, en el constante flujo de personas obligadas a abandonar sus territorios o en las voces de quienes resisten ante empresas y políticas extractivistas. Ahora, la pandemia nos coloca en un punto de inflexión crítico en el que, más que nunca, nos jugamos el futuro. Nos enfrentamos a un amplio espectro de escenarios posibles y no podemos bajar la guardia: depende de nosotros que el cambio avance hacia un proyecto ecosocial, justo y democrático, o bien que nuestra inacción nos lleve hacia modelos ecofascistas, nacionalismos reaccionarios o el agotamiento definitivo de los recursos que sostienen la vida.
Trabajo
Ante esta situación, hace falta que transformemos uno de los ejes estructurales de nuestro sistema: el trabajo, que hoy está estrechamente asociado a la precariedad, la desigualdad y la destrucción del territorio, y se sitúa de espaldas a la vida. Pero un nuevo modelo laboral justo y ecológicamente sostenible no se puede basar en una aparente descarbonización de las actividades empresariales ni en una mitificación del teletrabajo. No podemos caer en las atractivas falsas soluciones del capitalismo verde, que nos hablan de los milagros imposibles y de los adelantos tecnológicos sin tener en cuenta su elevado coste energético y material ni los efectos sobre nuestras vidas. Por el contrario, es imprescindible reducir nuestro consumo de materiales y energía, acompañándolo de una redistribución del trabajo que garantice puestos de trabajo compatibles con una vida digna para todas. Este nuevo modelo tiene que estar basado en procesos sostenibles que partan de comprender que somos cuerpos interdependientes y ecodependientes, generando sinergias con el entorno y entre las personas. La riqueza resultante tiene que distribuirse equitativamente y estar al servicio del conjunto de la población mediante una fiscalidad justa, entre otros mecanismos.
El modelo industrial
Hay que hacer frente a la deslocalización de la producción, la obsolescencia programada, la desmesurada explotación de recursos y al proceso acelerado de digitalización que avanza sin cuestionamiento. El cierre de industrias, como ejemplifica el caso de la Nissan, no tiene que significar dejar a las trabajadoras en la calle. Tiene que ir acompañado de una reinserción en un tejido económico más local y una producción más sostenible, estable y de calidad, que se oriente al interés general con tomas de decisión públicas y democráticas.
Los cuidados
Es fundamental situar los procesos de reproducción social y de sostenibilidad de la vida en el centro de un nuevo modelo de trabajo. Estos procesos esenciales para la (re)producción han estado y son mayoritariamente asumidos por mujeres y personas migradas, consolidando una división sexual y transnacional del trabajo, pero son responsabilidad de todas. Visibilicémoslos. Revaloricémoslos. Redistribuyámoslos. Construyamos modelos basados en la cooperación, la solidaridad y la interdependencia, como las redes de apoyo mutuo vecinales o comunitarias, que han estado esenciales para muchas personas durante la pandemia; no podemos avanzar hacia una transición ecosocial y feminista si seguimos prescripciones económicas obsesionadas con el rendimiento. Tenemos que adoptar criterios de evaluación económica que nos hablen de vidas dignas, que aseguren el respeto y cumplimiento de los DDHH, el bienestar general y el estado del medio ambiente, no solo el crecimiento del PIB.
El sector primario
No olvidemos su papel fundamental en el sostenimiento de la vida. Es esencial avanzar hacia un modelo con prácticas más respetuosas con sus trabajadoras y con el propio territorio y ecosistema. Un modelo basado en la soberanía alimentaria, en la producción de proximidad y sostenible, y que ponga en el centro los derechos y el bienestar tanto de las personas que trabajan como de las consumidoras. Avancemos hacia una recuperación de las soberanías sobre los bienes comunes esenciales, como el agua y la energía: no los queremos en manos de grandes empresas que explotan y especulan.
El turismo
Este sector se ha visto profundamente afectado por la COVID-19. Se han puesto de manifiesto los peligros de la fragmentación y sobre-especialización económica en una actividad económica tan frágil y estacional en momentos de colapso sistémico. Aun así, miles de ciudadanas hemos tenido la posibilidad de disfrutar de nuestros barrios, pueblos y ciudades como nunca en mucho tiempo. Reiteramos nuestro convencimiento que hay que apostar por un modelo de intercambio y movilidad sostenible, socialmente justo y que responda a las realidades territoriales concretas; un modelo respetuoso con aquello local, que potencie el ocio y la cultura populares sin mercantilizarlos. No queremos ser ciudades escaparate. La transición hacia este nuevo modelo no tiene que destruir indiscriminadamente la pequeña economía, ni derivar en un monopolio multinacional del sector.
El sector público
Este sector se ha visto profundamente afectado por la COVID-19. Se han puesto de manifiesto los peligros de la fragmentación y sobre-especialización económica en una actividad económica tan frágil y estacional en momentos de colapso sistémico. Aun así, miles de ciudadanas hemos tenido la posibilidad de disfrutar de nuestros barrios, pueblos y ciudades como nunca en mucho tiempo. Reiteramos nuestro convencimiento que hay que apostar por un modelo de intercambio y movilidad sostenible, socialmente justo y que responda a las realidades territoriales concretas; un modelo respetuoso con aquello local, que potencie el ocio y la cultura populares sin mercantilizarlos. No queremos ser ciudades escaparate. La transición hacia este nuevo modelo no tiene que destruir indiscriminadamente la pequeña economía, ni derivar en un monopolio multinacional del sector.
Tenemos que estar alerta
En estos tiempos de transformación, la lucha por el futuro toma más relevancia que nunca. No podemos aceptar las viejas recetas neoliberales, por mucho que ahora se disfracen de verde. No podemos conformarnos con falsas soluciones que aprovechan la crisis para concentrar todavía más poder en pocas manos, que no miren por el bien común, sino por la preservación de un sistema que nos aboca al desastre ecosocial. Es momento de organizarnos. Es momento de impulsar el cambio que queremos, un cambio que ponga en el centro a las personas, los cuerpos, los territorios y la Tierra.
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