Banderas blancas, despensas solidarias

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Cuando ya se cumple un año del primer caso de COVD19 en nuestro país queremos resaltar dos aspectos de esta crisis sanitaria que rápidamente ha derivado en una grave crisis social y económica.

Fotografía: Oxfam Intermón

Esta crisis, al igual que otras que ya hemos padecido, ha supuesto un fuerte incremento de la desigualdad social. Como en todas otras situaciones de emergencia, la COVID19 se ha extendido más, y sus consecuencias serán más graves, en la población más vulnerable del planeta. Si ya vivíamos en una sociedad tremendamente desigual, en la que las 26 personas más ricas del mundo poseen tanta riqueza como la mitad de la población mundial, la crisis sanitaria ha agudizado aún más esta desigualdad: el año pasado mientras que las 20 mayores fortunas del mundo incrementaban su patrimonio un 24% más que el anterior, Oxfam Intermón alertaba que el hambre provocada por la COVID-19 podría causar la muerte de hasta 12.000 personas al día, más que la propia enfermedad. En nuestra ciudad de Madrid, uno de cada tres hogares de la ciudad se ha empobrecido a lo largo de 2020 siendo las mujeres, familias con hijos, jóvenes menores de 35 años y personas mayores de 65 años los colectivos más golpeados por la crisis. Aunque la desigualdad no la ha traído la COVID19, pues su causa profunda es el mantenimiento de estructuras sociales y económicas injustas, sí la ha exacerbado.

Frente a la desigualdad también hemos sido testigos de la fuerza de la solidaridad. La crisis sanitara rápidamente derivó en una grave crisis económica acompañada con la pérdida de empleos precarios y la paralización de la economía informal.  Y las redes solidarias, formadas por organizaciones sociales, dieron respuesta a la urgente necesidad de miles de personas con más rapidez, flexibilidad y eficacia que los servicios sociales públicos. En la región de Madrid, la iniciativa vecinal de las despensas solidarias fue una respuesta a la urgente necesidad de alimentos de las personas más afectadas por la crisis que no solo dieron de comer, también fortalecieron el tejido vecinal con la participación de vecinos y vecinas en el cuidado y el autocuidado y sirvieron de revulsivo y denuncia a unos servicios sociales públicos lentos y excesivamente burocratizados.

En gran parte de América central y del sur, muchas familias que subsistían con ingresos procedentes de la economía informal perdieron sus ingresos vitales y pronto se vieron abocadas al hambre. Dieron a conocer su situación sacando una bandera blanca con la que solicitaban ayuda. De Honduras a Argentina, la bandera blanca se convirtió en una señal de que la COVID19 tenía muchas formas de matar. Y de nuevo fueron las organizaciones sociales quienes dieron respuesta organizando ollas solidarias y tejiendo una red de ayuda vecinal para llevar alimentos a quienes lo necesitaban. Pero, como en el caso de las despensas solidarias, las banderas blancas también sirvieron para recordar a las administraciones su deber de garantizar los recursos más básicos a la población.

Estas dos realidades nos hablan de estados sociales débiles que, o bien tardan en dar cobertura a su población más vulnerable, o bien directamente no la procuran. Igualmente, de una economía informal muy extendida que dificulta la formación de sociedades cohesionadas, igualitarias y fuertes con capacidad de afrontar con éxito situaciones extremas como en las que nos encontramos.  Pero también del esfuerzo y compromiso de una sociedad civil organizada que es capaz de movilizarse para cuidado y el auto cuidado y también para la denuncia y la protesta.

Las organizaciones sociales no debemos ser sustitutivas de la obligación de las administraciones públicas, pero sí complementarias por la cercanía a la gente a la que atienden. De ahí la necesidad de reconocer su esfuerzo, facilitar su actividad y colaborar con su trabajo. Pero, si queremos cumplir con nuestro objetivo trasformador de la sociedad, debemos ser también críticas y denunciar no solo a una administración que no atiende o atiende con lentitud a su población más vulnerable, sino las estructuras sociales y económicas que perpetúan la desigual distribución de la riqueza.

 

Sonsoles García-Nieto

 

 

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