Entre las distintos enfoques de Educación para el Desarrollo, es particularmente oportuno en el contexto actual, aquél que plantea que es un proceso educativo constante, que favorece una mejor comprensión sobre las causas de la pobreza y la desigualdad en el mundo, sobre el reparto de la riqueza y el poder en el planeta y entre hombres y mujeres y que promueve valores y actitudes relacionados con la solidaridad, la justicia social y busca vías de acción para alcanzar un desarrollo humano y sostenible.
La educación para la ciudadanía global, surge como propuesta, a mediados de los años noventa con la constatación de que la crisis del desarrollo es global y afecta a todo el planeta. La globalización y la privatización de la economía mundial erosionan el poder de los Estados y la soberanía nacional, transformando el mundo en un mercado global y desvirtuando la noción de democracia representativa. Se generan procesos de exclusión social que fragmentan la legitimidad del Estado.
Esta situación se ha agudizado en los últimos años, con una crisis económica que ha devenido en crisis sistémica y que cuestiona los fundamentos del Estado del Bienestar y pone en peligro las políticas públicas de cooperación internacional, con la reducción de los presupuestos destinados a la AOD y el incumplimiento de los compromisos adquiridos por los países desarrollados.
El incremento de la desigualdad en el interior de los países no ha dejado de aumentar en los últimos años. Siete de cada diez personas viven en países donde la desigualdad ha aumentado en los últimos 30 años. Y esta situación tiene profundas implicaciones sociales y políticas, y riesgos evidentes para la democracia, tanto para su dimensión social y de derechos, como en términos de gobernabilidad democrática y estabilidad política. Por ello, esta cuestión es cada vez más relevante en el ámbito político, económico y social y entre los diversos actores del desarrollo y la cooperación internacional.
La educación para el desarrollo tiene que explicar que la desigualdad es el resultado de unas políticas injustas, que preserva los intereses de una élite financiera, frente a los intereses generales de todos y que deja desprotegidos a los sectores más vulnerables de la sociedad. La pobreza no se produce porque haya escasez de recursos sino porque no existen unas políticas redistributivas a nivel local y global y por lo tanto un número cada vez mayor de personas son excluidas del bienestar.
La pobreza no es el resultado del fatalismo sino el resultado de unas políticas injustas que se pueden cambiar. Y esto hace que una mayor conciencia ciudadana sobre las causas de la pobreza y exclusión sea el eje sobre el que se puede articular un proyecto educativo comprometido con la democracia, la justicia social y la igualdad.
Esto implica que la experiencias de los movimientos ciudadanos pueden ser una fuente muy interesante de formación e inspiración para la educación para el desarrollo, aportando formas concretas de participación y movilización social, así como dando a conocer distintas alternativas y propuestas en el acceso a la educación, en la utilización de los espacios públicos y en la conservación del entorno.
Estos movimientos ciudadanos se han caracterizado por la utilización de formas muy creativas e innovadoras de participación. Y un buen ejemplo de esto son las iniciativas llevadas a cabo en España, a partir del 15-M y las mareas. Iniciativas como “toma la plaza” que proponen la utilización de los espacios públicos como la calle, la plaza, los parques para realizar actividades culturales, lúdicas o deportivas. O bien, el programa del “Universidad a la calle” que ha ofrecido un programa de conferencias sobre diversos temas, se han sido impartidas en la plazas de Madrid, y que ha reunido no sólo estudiantes, sino a todo tipo de personas que se han acercado para participar y apoyar este tipo de iniciativas. Y esto al mismo tiempo ha permitido crear un espacio de confluencia para debatir sobre la educación y su futuro, sobre como defender una educación pública de calidad para todos/as.
La utilización del arte, como forma de protesta, realizando murales en distintos lugares de la ciudad. O bien, la utilización de la música, como ha hecho la orquesta Solfonic, que reúne a músicos de orquesta que acompañan con su música las reivindicaciones ciudadanas.
Todas esta iniciativas que comparten la diversidad de formas de expresión, la creatividad, el trabajo en redes se han manifestado en distintos países y es una experiencia valiosa que merece ser estudiada y conocida. Porque son formas nuevas de ejercer una ciudadanía activa y responsable, comprometida con los problemas actuales y que persigue repolitizar la vida pública, y participar de forma activa en el diseño sobre que tipo de educación, salud, y sociedad queremos construir en el futuro.
Dado que la pobreza no existe por falta de recursos, sino por falta de voluntad política para erradicarla. Para poder construir un mundo democrático, basado en la justicia social y en el equilibrio ecológico, la pobreza y en particular la desigualdad tiene que ser enfrentada con cambios sustanciales en las estructuras políticas. Los sectores de la sociedad más afectados por la pobreza tienen que adquirir poder y ejercer la ciudadanía de manera activa. Y la educación para el desarrollo puede contribuir a ello, a partir de una propuesta educativa comprometida con la justicia.
Manuela Mesa. Directora de CEIPAZ-Fundación Cultura de Paz