“Somos poder. Sólo necesitamos creer más en nosotras mismas”. Marta Benavides.
Vivimos en una sociedad donde priman el individualismo, la competitividad y el cortoplacismo, un sistema depredador basado en acumular el mayor número de riqueza en el menor tiempo posible. La apisonadora del capitalismo arrasa con todo, sin importar los daños colaterales en forma de vidas humanas o el planeta herido de muerte que dejaremos a las futuras generaciones.
La maquinaria del poder genera pobreza y exclusión, deja a millones de personas al margen. La pobreza extrema se reduce en términos globales, pero aumentan las desigualdades, la fragilidad y la vulnerabilidad de muchas personas, que además se ve agravada por las medidas que se están tomando para salir de la crisis, basadas en el recorte del gasto social.
Desde el poder político se nos repite una y otra vez que no hay recursos económicos para justificar la práctica desaparición de la cooperación para el desarrollo en nuestra región. Pero el discurso oficial, que rara vez es inocente, omite derroches como los 30 millones de euros invertidos en los nuevos parquímetros de Madrid, cuando los anteriores cumplían su misión, o ni se plantea poner en marcha una política fiscal justa, que posibilite un mejor reparto de la riqueza.
¿Cómo hacer para salir de esta escalada de aumento de las desigualdades y conseguir que las políticas pongan el foco en los derechos humanos?
El reto de las ONG está en conseguir promover una ciudadanía activa, que se comprometa en la defensa de un modelo social y económico más justo y equitativo, que dirija su mirada a los derechos humanos, el interés público, el cuidado del planeta y una economía al servicio de las personas. Como dice Javier Erro, “comunicar para contagiar la solidaridad”.
Contra el individualismo y la competitividad, lanzar un mensaje de cooperación y solidaridad, tejiendo redes y acercándose a la ciudadanía para conocer sus problemas, sus intereses, sus necesidades, olvidando paradigmas que nos separan, como el de Norte y Sur, y trabajando con un horizonte claro: terminar con la exclusión.
Como decía una compañera, tenemos que trabajar para cambiar el cuento, construyendo una narración de la realidad cercana y a la vez transformadora. Porque nuestros problemas, los problemas de las personas con las que trabajamos, no son diferentes de los que sufren las personas que tenemos más cerca: la defensa de bienes como la salud, la educación o los servicios sociales, por ejemplo, se debe trabajar desde lo local, pero teniendo siempre presente el horizonte de lo global.
Las organizaciones sociales tenemos el reto de convertirnos en altavoz de todas aquellas personas que quedan fuera de los márgenes de los informativos, cuestionándonos, preguntándonos y analizando las causas que generan la pobreza y la desigualdad.
Una de las reglas de oro en los proyectos de cooperación ha sido siempre la de sentarse a escuchar a la población con la que se va a trabajar, no sólo para conocer sus necesidades, sino también para aprender de y sobre ella: su visión del mundo, sus miedos, sus inquietudes… Pues bien, hoy es más que nunca el momento de aplicar esa máxima a nuestra realidad, pues la crisis del modelo social nos obliga a trabar alianzas con otros actores sociales, a los que deberíamos acercarnos desde la humildad, liberándonos de nuestro logo, y con los ojos y los oídos bien abiertos para construir juntos propuestas para el cambio.
A pesar de todo, se puede y se debe ser positivo. Contra el negativismo que llama a la inacción, las ONG tenemos que hacer ver que hay posibilidad de construir alternativas y nosotras lo sabemos mejor que nadie por nuestras experiencias exitosas en cooperación. Escribir otro relato del mundo de manera conjunta, una historia en la que se haga palpable que el bien de uno mismo empieza por el bien común.
Francisco José Vega. Medicus Mundi