Todas las personas nos relacionamos con los otros de una u otra manera y no se puede pretender relacionarse siempre de la misma manera. A veces priman las relaciones jerarquizadas, donde uno manda y otro obedece; a veces las mercantiles, donde uno paga y recibe a cambio; otras veces las que se basan en el ejercicio de los derechos ciudadanos, donde todas las personas tendríamos que ser tratadas por igual. Por ultimo están las relaciones de cooperación, según las cuales recibo lo que necesito y aporto lo que tengo[1].
La cooperación al desarrollo, parece que, por principio, debería seguir el modelo de relaciones de equidad. Todas las personas tenemos derechos y deberes y por lo tanto aquel “es justicia no es caridad” coreado en la acampada del 0’7 de la que celebramos ahora 20 años ponía su énfasis en que todas las personas que habitan este mundo son sujetos de los mismos derechos y por lo tanto tienen que exigir que se les trate por igual. Rico o pobre, hombre o mujer, urbano o rural, del norte o del sur todas las personas son ciudadanas del mundo y precisamente por serlo poseen eso que se llaman Derechos Humanos. Si todas las personas somos iguales lo somos también con crisis o sin crisis, cuando hay más o cuando hay menos: los derechos se exigen y se disfrutan de igual manera.
Sin embargo a menudo la cooperación al desarrollo se ha basado en relaciones mercantiles (te ayudo para que esa ayuda revierta en mí) o en relaciones jerárquicas de caridad malentendida, de migajas que el rico desprecia de su mesa para que el pobre coma. En ambos casos, cuando la crisis económica aprieta cinturones y cercena por aquí y por allá, la cooperación al desarrollo se ve recortada brutalmente. En el primer caso porque el mercado se contrae y los clientes de antaño ya no tienen poder adquisitivo ergo para qué ayudarles si esa ayuda no va a revertir en mi beneficio; en el segundo porque al de arriba ya no le sobra, ergo no hay sobras ni restos que repartir: el rico come ahora los mendrugos que antes despreciaba.
Sin embargo, cuando las relaciones siguen el modelo basado en lo comunitario, en el encuentro de tú a tú, de un tú diverso a un tú diverso, que hoy necesita y mañana aporta; que a la vez que pide da; que enseña y aprende y que desde la diversidad se encuentra…cuando las relaciones, digo, son realmente cooperativas, descentralizadas y horizontales es cuando realmente podemos hablar de cooperación. Eso que los expertos llaman cooperación descentralizada[2] no es otra cosa que la constatación de que todas las personas en este mundo tenemos algo que aportar y algo que necesitamos y que sólo desde esa toma de conciencia se puede ejercer la verdadera solidaridad. Cuando todos y todas arrimamos el hombro, cuando todos y todas empujamos en la misma dirección, cuando no hay donantes y beneficiarios sino personas, cuando todos cuentan y valen por igual y dejamos que el que necesita decida qué necesita y no se le impongan donativos decididos en los despachos de agencias y oficinas del Norte….estaremos cooperando por hacer de este un mundo mejor.
Carlos Ballesteros García. Universidad Pontificia de Comillas
[1] Para profundizar más en esta idea se pueden consultar los trabajos de la antropóloga Shirley Fiske (1991)
[2] HEGOA Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo:descentralización de iniciativas y de la relación con el Sur, incorporación de una amplia gama de nuevos actores de la sociedad civil, mayor participación de los actores de los países del Tercer Mundo en su propio desarrollo.