Desde la Red de ONGD de Madrid os invitamos a compartir una serie de reflexiones que nos han surgido a partir del confinamiento al que nos obliga la crisis sanitaria del coronavirus.
Son ya cuatro semanas de confinamiento y con la perspectiva cada vez más clara de que puedan ser más. Cuatro semanas que empezamos con buen ánimo, un ánimo que es difícil de mantener cuando vemos que la extensión del virus ha derivado en una verdadera pandemia que se ha llevado ya la vida de miles de personas y cuando prevemos las graves consecuencias sociales, políticas y económicas, que ésta va a traer. El coronavirus está afectando a todas las personas y se está extendiendo por todos los países sin hacer distinción, pero los efectos que está teniendo y los que va a dejar no van a ser iguales para unos y para otros.
En nuestras sociedades enriquecidas, donde ha crecido la desigualdad de una manera muy rápida en los últimos años, las consecuencias de las medidas adoptadas para contener el virus son especialmente negativas para los sectores más vulnerables. El confinamiento no significa lo mismo para las personas sin hogar o para aquellas cuyo hogar se reduce a una sola habitación; para quienes tienen trabajos precarios o para quienes subsisten en la economía sumergida sin contrato laboral. La brecha digital se ha hecho también más patente entre escolares que pueden seguir la enseñanza a distancia a través de internet y escolares que no tienen esa posibilidad. ¿Cómo atender estas desigualdades que se agudizarán después de la crisis sanitaria? Porque está claro que, cuando salgamos de nuestras casas, la línea de salida no va a ser igual para toda la población.
Los efectos de la extensión del virus serán también, lo están siendo ya, especialmente intensos para la mayoría de la población de los países empobrecidos, con administraciones débiles y sin apenas servicios sociales que atenúen los daños que pueda provocar el virus. Poblaciones que, en su mayoría, viven en núcleos hacinados con pocas posibilidades de guardar la distancia de seguridad aconsejable para evitar contagios, dependientes de una economía de subsistencia y con un acceso restringido a servicios imprescindibles como el agua corriente o a productos higiénicos tan básicos como el jabón. Muchos de estos países, como es el caso de algunos africanos, están sacudidos además por conflictos bélicos más o menos latentes y por otras epidemias como el ébola. Y sin olvidarnos de la población refugiada en campos que no reúnen unas mínimas condiciones de salubridad y en los que las medidas para impedir los contagios son prácticamente imposibles.
En este contexto tan difícil y especial al que nos enfrentamos como humanidad queremos hacer un llamamiento a la responsabilidad compartida:
- A los estados y sus gobiernos, para que habiliten los recursos suficientes para fortalecer políticas públicas como la sanidad y la educación que tanto valoramos en estos momentos. Los servicios públicos y su personal están haciendo un trabajo increíble en la protección y el cuidado de la población durante esta crisis sin precedentes y ahora es el momento de asegurar que se puedan financiar de manera sostenible en el futuro. Así mismo, les instamos a que en este contexto se evite el lenguaje bélico que tan fácilmente deriva en conductas autoritarias y arbitrarias. Reconocemos y valoramos muy positivamente el trabajo de todas las instancias del estado, pero es con llamadas a la colaboración, la solidaridad y la confianza mutua como mejor reaccionaremos a esta pandemia.
- De las autoridades supranacionales esperamos un decidido apoyo a la solidaridad internacional y a la Agenda 2030 y sus 17 objetivos de desarrollo sostenible. El COVID-19 ha puesto de manifiesto todo lo que la Agenda 2030 trataba de explicar: la conexión de lo social con lo económico, lo político y lo medioambiental, o la necesidad de actuar desde lo local con una perspectiva global. Además, hace palpable el argumento del beneficio mutuo (de donantes y receptores) cuando la ayuda al desarrollo se dirige, precisamente, a la preservación de bienes públicos como la salud o el clima.
En un mundo tan interdependiente no afrontar esta pandemia de un modo global, compartiendo recursos y colaborando en investigaciones médicas que beneficien a la población, no solo agudizará desigualdades, sino que será del todo ineficaz. La extensión del virus en los países empobrecidos acabará afectando a nuestras ricas sociedades que cada vez más dependen del comercio internacional de alimentos y de la mano de obra que ocupa ahora los trabajos más precarios y peor pagados.
La Ayuda Oficial al Desarrollo, estatal y descentralizada, no puede ser de nuevo la gran damnificada en esta crisis. Sería una incoherencia global que, frente a la evidente necesidad de reforzar la colaboración, los países reduzcan sus presupuestos de cooperación para el desarrollo. Como hemos señalado muchas veces, cooperar no es solo un compromiso humano, es también una opción inteligente.
Parece imposible ampliar medidas sociales, reforzar la cooperación y solventar la crisis, pero existen soluciones fiscales como el aumento de impuestos al capital y la riqueza. Hoy, más que nunca, es el momento de que los que tienen más pongan más para paliar esta crisis. El mundo ha cambiado y tenemos que estar a la altura de las nuevas realidades que nos confrontan.
- Pero si necesitamos estados fuertes, esta crisis también nos ha hecho darnos cuenta de la fuerza de la sociedad civil organizada. Miles de iniciativas han surgido, algunas espontáneas, otras fruto de asociaciones veteranas y experimentadas, para poner en marcha soluciones colaborativas a los problemas prácticos a los que nos hemos tenido que enfrentar en esta situación de confinamiento: desde atender a vecinos y vecinas solas, a proporcionar recursos con los que atender y seguir enseñando a nuestros niños y niñas. Estas iniciativas deben ser reconocidas y valoradas por los gobiernos pues están dirigidas de una manera directa sobre todo a la población más vulnerable y son capaces de llegar allí donde los medios de los gobiernos no llegan o tardan en llegar. No es momento de congelar su actividad y mandar a su personal a casa rescindiendo su contrato. Es momento, por el contrario, de facilitar las condiciones necesarias para que las organizaciones sociales, incluidas las de cooperación internacional para el desarrollo, podamos poner toda nuestra energía y creatividad al servicio de unos objetivos compartidos.
- Aplaudimos y agradecemos el gesto de grandes empresas que han contribuido con equipo sanitarios y de protección al sistema sanitario y a la población en general y de pequeñas y medianas empresas que se están reconvirtiendo para proveer esos equipos tan necesarios. Sin embargo, también hacemos un llamamiento a los mercados y grandes corporaciones que hacen negocio con la escasez de recursos médicos, manipulando los precios y la disponibilidad de unos productos indispensable para la población. La salud de la comunidad debe estar por encima del beneficio empresarial y de la ley de la oferta y la demanda.
- La ciudadanía, todos y todas, debemos adaptarnos a las soluciones propuestas para atajar, en la medida de lo posible, las consecuencias de la extensión de un virus que ha alcanzado la dimensión de una pandemia como nunca antes habíamos padecido. No somos un ejército ni estamos en guerra contra nadie. Somos ciudadanía responsable y comprometida, que desafía un problema de graves dimensiones al que tendremos que reaccionar con buena información, buen sentido y los valores que nos hacen más humanos: la colaboración, la ayuda mutua y la solidaridad. Hagamos de nuestros balcones lugares de encuentro y agradecimiento, no de denuncia.
Y una última reflexión. El mundo no se para con el coronavirus: aunque ahora nos parezca difícil de creer, hay otros problemas que siguen existiendo y que también requieren nuestra atención. El cambio climático, el deterioro medioambiental, la desigualdad de género, las violaciones de derechos humanos, los desplazamientos forzados de millones de personas… Son problemas que siguen estando ahí y que tenemos que seguir abordando.
Foto: Enrique López Garre